domingo, 21 de diciembre de 2014

LA NAVIDAD COMO EXPERIENCIA BIPOLAR

La bipolaridad puede ser una experiencia episódica, en nuestra vida, o una forma estable de personalidad con expresiones más o menos graves de comportamientos psico-patológicos, y que afectan por igual al individuo que la experimenta como a aquellos que conviven con él. 
 
En ambos casos se caracteriza por tener un estado de ánimo fluctuante e incontrolado, desde la euforia hasta la depresión y el origen puede ser: - psicogenético (predisposición caracterológica), - aprendido (por repetición de modelos de convivencia) y/o - episódico de corta duración pero que predispone para constituirse fácilmente en una forma de ser y vivir porque, por paradójico que pueda parecer, la persona suele juntar con ese estado doloroso y patológico, algunos comportamientos histéricos que constituyen modos o formas de confort (yo soy así y me tienen que aceptar así).
 
Pueden aparecer en cualquier momento de la vida pero hay circunstancias que facilitan el desencadenamiento o la reaparición de estos síntomas; uno de esos momentos es el período de las fiestas de Navidad.
En este período pre-navideño y navideño se incrementa el número de suicidios, lo que no puede dejar de ser un síntoma delator de neuroticidad individual y colectiva.
 
La explicación de tal fenómeno es fácil de entender.  En el mundo occidental judaico-cristiano, la navidad gira en torno a un Niño y a la niñez y se ha tejido por siglos, un conjunto de comportamientos colectivos-mitológicos-enajenantes, que nada tienen que ver ni con el hecho histórico ni con el hecho teológico, pero sí propugnan expresiones de euforia, de alegría, de confraternidad, de solidaridad y de unidad familiar que se han convertido en tradiciones estético-sociales. 
Todos estos sentimientos, emocionales y de racionalización, en la mente y vivencia de los adultos pueden ser más o menos válidos porque son asumidos como episódicos, como simbólicos y como anhelos estéticamente deseables o apetecibles.
 
Pero en la mente de los niños toda la "mitología tradicional" se constituye en "realidad emocional-lúdica, estable y necesaria" porque esa es la potencialidad que su maduración intelectual les permite experimentar.  Hasta aquí nada de particular porque obedece al estadío de maduración neurológica (límbico, talámico y subtalámico) propio de estas edades y sin importar las diferencias de vivencia que puedan observar y experimentar en su derredor, su inteligencia emocional las transformará en experiencias positivas de vida.
 
La gravedad comienza cuando estas experiencias emocionales (más o menos gratas en función de la parafernalia que puede haberlas acompañado) que se transforman -necesariamente- en "aprendizajes vivenciales mágico-míticos" y que inconscientemente buscarán repetirse, de memoria año tras año, no puedan en la vida adulta ser repetidos. 
 
En tales circunstancias y dependiendo del carácter que hayamos heredado, es decir, de la mayor o menor emocionalidad y de la mayor o menor capacidad para transformar lo que nos rodea, haremos  "regresiones histéricas de neuroticidad bipolar" que tendrán como expresión la melancolía (desde la nostalgia hasta el suicido) y/o la euforia reactiva (desde la alegría más o menos forzada hasta el desborde social que en ocasiones llega a ser homicida). 
 
Frente a estas realidades vivenciales, subjetivas e  intansferibles, hay opciones psicoterapéuticas que podemos y en algunos casos debemos asumir para superar la bipolaridad navideña:
  • conectarnos emocional y racionalmente, desde nuestra posible bipolaridad (euforia y/o depresión), con las dimensiones místicas (teológicas y/o civiles) que estas fechas tienen para, a continuación, obrar coherentemente con tales dimensiones de manera práctica (individual o socialmente; religiosa o cívicamente).
  • transferir a los niños que nos rodeen, nuestras vivencias pasadas, despojándolas de la mitología y magia que nosotros hayamos mal-vivido a fin de que las nuevas generaciones puedan experimentar con libertad las místicas diversas de estas festividades.
  • dejar de perseguir la "felicidad que comercialmente se nos ofrece en estas fiestas" y que no es otra cosa que un sucedáneo de las "expresiones maníacas" de nuestras histerias colectivas, para proyectar, como mística adulta, la serenidad fraterna. 
  • hacer momentos de silencio porque, desde la mística teológica, el Niño de Navidad implica parentalidad y un Hijo implica fraternidad, para encontrarnos con la riqueza mística de ser hijos  que van al encuentro de  hermanos dolientes, maltratados o infantes (los que no pueden hablar).


Con la ejecución de esta "psicoterapia autagógica", saldremos de nuestras historias, de nuestras histerias y de nuestras neurastenias subjetivo-individuales y podremos, en verdad, decir y desear a próximos y ajenos ¡ FELIZ NAVIDAD ! con, sin o a pesar de nuestra bipolaridad.
 
 



 

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